Hola a todos!
Les quiero recomendar esta lectura que he encontrado en el buen blog de nuestro amigo LONG artesdecaballeria.blogspot.com
La importancia de las formas hace una muy interesante explicación de eso que, muchas veces cuando empezamos, nos cuesta aceptar y preacticar...
Copio textualmente para ustedes!
En las artes marciales tradicionales, las formas son una seña de identidad; la etiqueta una condición sine qua non para comprenderlas, pero a su vez algo que genera inconvenientes nada baladíes.
Gracias al respeto a las formas, budos como el aikido se han mantenido fieles a la herencia del fundador, manteniéndose una aceptación social en la actualidad similar a la que gozaba cuando comencé su práctica, hace casi treinta años. Uno de los elementos más importantes en este sentido es la reverencia a O Sensei Morihei Uheshiba, cuya imagen preside prácticamente todos los dojos y a quien se saluda en posición formal antes y después de cada sesión de práctica.
Todo lo contrario ocurre con otros budos que gozaron de gran popularidad en aquella época comparándola con la pobre actual: en los dojos de karate y judo es raro ver a sus fundadores Gichin Funakoshi y Jigoro Kano; yendo aún más allá, dudo que todos sus practicantes lhayan tenido alguna vez noticia de ellos. También resulta extraño ver en sus competiciones un saludo mutuo que no parezca una mera formalidad distante de la muestra de respeto y gratitud que merece un uke y que le aporta sentido al gesto, si no la oportunidad de lanzar un claro desafío chulesco al oponente o algo peor: recuerdo una ocasión en la que un karateka respondió a la mano extendida que le ofrecía su oponente a modo de saludo occidental, momento en el que el que tendió la vil trampa sorprendió con un contundente gyaku-tsuki que le otorgó una ventaja decisiva en una competición. Con actitudes como estas se pierde el sentido de arte de caballería, del budo, y se termina en el mero deporte de contacto, valetudo o MMA. Quizá sea este macarrismo barriobajero el que ha terminado por convertir el judo, el taekwondo y el karate, como me decía el otro día un tercer dan compañero de entrenamiento, en algo con muy poco glamour hoy en día. Sin embargo, la ausencia de devoción al fundador ha permitido al karate evolucionar técnicamente de forma considerable, hasta hacer irreconocible el Shotokan actual de aquella especie de semiWado-Ryu que divulgó Gichin Funakoshi.
No obstante, como ya he introducido más arriba, la necesaria etiqueta tradicional conlleva desventajas que a mi juicio no debemos pasar por alto. Se tiende, por ejemplo, a profesar una reverencia potencialmente insana a determinadas personalidades, maestros, shihan, doshu... y especialmente a los fundadores. Una reverencia casi -o sin casi- religiosa, una suerte de ejercicio de idolatría oriental que atrae a personalidades desorientadas o a buscadores empedernidos, personalidades débiles ambas aunque aparenten lo contrario, y lógicamente tendentes al seguimiento acrítico de líderes y mesías.
En consecuencia, en las artes marciales que más se respetan las formas existe un elevado porcentaje de practicantes anticristianos militantes, personajes con razonamientos esotéricos que se encuentran en su salsa cuando se les mencionan conceptos como hara, ki, energía, y no-pensamiento, sobre los que profundizaremos en otras ocasiones, pero sobre los que puedo anticipar que existe una versión occidental, física y científica que por desconocida o poco romántica es rechazada tajantemente, corriendo el riesgo el rebelde postulante de tales argumentos de ser expulsado del grupo. Tal fenómeno se observa también en el cristianismo, cuando se menciona El Corazón de Jesús como refugio y fuente de la que manan Sus Sentimientos hacia los hombres, pero mientras que un cristiano puede tranquilamente postrarse ante el O Sensei de turno en cumplimiento de la preceptiva etiqueta, pocos aikidokas cumplirán con el precepto de santificar las fiestas y arrodillarse en un reclinatorio ante Jesucristo como se postran devotamente ante un personaje marcial o perteneciente a una secta shintoísta, budista, zen, o lo que sea menester. Mucho menos aún colocar en el altar del dojo una representación de la Cruz, Jesucristo, o cualquier santo.
Esto podría parecer irrelevante para algunos, pero si tenemos en cuenta que el cristianismo es la religión más adaptativa de todas las que existen, parece poco inteligente rechazarla mientras se veneran semideidades recesivas. Quizá cuando este blog tenga una audiencia notable podamos convocar una encuesta para nombrar un santo patrón cristiano para cada arte marcial y aportar a la etiqueta oriental un poco del sano sentido común occidental.
Les quiero recomendar esta lectura que he encontrado en el buen blog de nuestro amigo LONG artesdecaballeria.blogspot.com
La importancia de las formas hace una muy interesante explicación de eso que, muchas veces cuando empezamos, nos cuesta aceptar y preacticar...
Copio textualmente para ustedes!
En las artes marciales tradicionales, las formas son una seña de identidad; la etiqueta una condición sine qua non para comprenderlas, pero a su vez algo que genera inconvenientes nada baladíes.
Gracias al respeto a las formas, budos como el aikido se han mantenido fieles a la herencia del fundador, manteniéndose una aceptación social en la actualidad similar a la que gozaba cuando comencé su práctica, hace casi treinta años. Uno de los elementos más importantes en este sentido es la reverencia a O Sensei Morihei Uheshiba, cuya imagen preside prácticamente todos los dojos y a quien se saluda en posición formal antes y después de cada sesión de práctica.
Todo lo contrario ocurre con otros budos que gozaron de gran popularidad en aquella época comparándola con la pobre actual: en los dojos de karate y judo es raro ver a sus fundadores Gichin Funakoshi y Jigoro Kano; yendo aún más allá, dudo que todos sus practicantes lhayan tenido alguna vez noticia de ellos. También resulta extraño ver en sus competiciones un saludo mutuo que no parezca una mera formalidad distante de la muestra de respeto y gratitud que merece un uke y que le aporta sentido al gesto, si no la oportunidad de lanzar un claro desafío chulesco al oponente o algo peor: recuerdo una ocasión en la que un karateka respondió a la mano extendida que le ofrecía su oponente a modo de saludo occidental, momento en el que el que tendió la vil trampa sorprendió con un contundente gyaku-tsuki que le otorgó una ventaja decisiva en una competición. Con actitudes como estas se pierde el sentido de arte de caballería, del budo, y se termina en el mero deporte de contacto, valetudo o MMA. Quizá sea este macarrismo barriobajero el que ha terminado por convertir el judo, el taekwondo y el karate, como me decía el otro día un tercer dan compañero de entrenamiento, en algo con muy poco glamour hoy en día. Sin embargo, la ausencia de devoción al fundador ha permitido al karate evolucionar técnicamente de forma considerable, hasta hacer irreconocible el Shotokan actual de aquella especie de semiWado-Ryu que divulgó Gichin Funakoshi.
No obstante, como ya he introducido más arriba, la necesaria etiqueta tradicional conlleva desventajas que a mi juicio no debemos pasar por alto. Se tiende, por ejemplo, a profesar una reverencia potencialmente insana a determinadas personalidades, maestros, shihan, doshu... y especialmente a los fundadores. Una reverencia casi -o sin casi- religiosa, una suerte de ejercicio de idolatría oriental que atrae a personalidades desorientadas o a buscadores empedernidos, personalidades débiles ambas aunque aparenten lo contrario, y lógicamente tendentes al seguimiento acrítico de líderes y mesías.
En consecuencia, en las artes marciales que más se respetan las formas existe un elevado porcentaje de practicantes anticristianos militantes, personajes con razonamientos esotéricos que se encuentran en su salsa cuando se les mencionan conceptos como hara, ki, energía, y no-pensamiento, sobre los que profundizaremos en otras ocasiones, pero sobre los que puedo anticipar que existe una versión occidental, física y científica que por desconocida o poco romántica es rechazada tajantemente, corriendo el riesgo el rebelde postulante de tales argumentos de ser expulsado del grupo. Tal fenómeno se observa también en el cristianismo, cuando se menciona El Corazón de Jesús como refugio y fuente de la que manan Sus Sentimientos hacia los hombres, pero mientras que un cristiano puede tranquilamente postrarse ante el O Sensei de turno en cumplimiento de la preceptiva etiqueta, pocos aikidokas cumplirán con el precepto de santificar las fiestas y arrodillarse en un reclinatorio ante Jesucristo como se postran devotamente ante un personaje marcial o perteneciente a una secta shintoísta, budista, zen, o lo que sea menester. Mucho menos aún colocar en el altar del dojo una representación de la Cruz, Jesucristo, o cualquier santo.
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