Un artículo de D. Tomás Sánchez

Imagínense durante un partido de fútbol importante, que un jugador sale del campo frívolamente a sentarse porque está cansado, o a beber agua de su botellita aparcada en un rincón, o a charlar con un compañero sentado en las gradas.

 Jamás vi en un curso de Tamura Sensei, una vez comenzada la clase, salir o entrar a nadie sin pedir permiso. No es ético, ni estético, ni disciplinado y siempre lo hubiera amonestado.

Actitudes como esta presuponen pereza encubierta o que el practicante no tiene la cultura de lo que está haciendo, ya sea por falta de interés o por carecer de una información adecuada. Los cursos son una buena oportunidad para, además de aprender a ejecutar un buen Ikyo, convivir; observar e imitar el comportamiento de los veteranos; aprovechar su experiencia y sus conocimientos.

 El Aikido no es una actividad lúdica ni un deporte, es una disciplina marcial. Durante las sesiones de entrenamiento es bueno ser capaces de superar la fatiga, de experimentar cansancio, sed, dolor… Estas sensaciones proporcionan mayor resistencia e intensifican la percepción y sensibilidad necesarias para realizar una buena práctica.

 Comportarnos con frivolidad, no respetar a los compañeros, charlar durante las explicaciones del profesor menospreciando su dedicación y conocimientos, refleja debilidad y muestra una actitud impropia de un guerrero aikidoka.

 El silencio, la actitud marcial, la concentración, el orden…, observar la etiqueta, nos diferencian y permiten el aprendizaje de un Budo, un camino que no es fácil encontrar ni seguir, pero que a nosotros nos han dejado marcado.

 Había que ser valiente para rescatar un concepto tan devaluado, tan denostado como el contenido de la palabra excelencia.

Había que ser audaz para conseguir trascender, para añadir disciplina a una actividad que ha sacralizado la igualdad sin matices, y aportar un sentido positivo que aleje al Aikido de un futuro demoledor.

 ¿Qué tiene de bueno una uniformidad a base de bajar el listón? ¿A quién si no a los más mediocres, perezosos, torpes o carentes de menor ambición de progreso, beneficia ese anhelo igualitario, que los que producen esos actos han impuesto a todos los practicantes, excepto a los que son como ellos?

 Había que tener coraje para introducir la excelencia en la práctica, precisamente ahora, cuando la globalización dispersa la concentración y fomenta la escasez de talentos dignos de alcanzar dicha categoría.

 Había que conocer muy de cerca la excelencia, comprender plenamente su significado, paladear el sabor del ingenio bien encauzado, del esfuerzo recompensado, del trabajo sobresaliente, para atreverse a ofrecer mejoras en una educación excelente dentro del sistema. Así era Tamura Sensei.

 Tenemos la oportunidad y la responsabilidad de continuar su línea de trabajo, no bajar la guardia, y vivir la esencia de lo íntimo en la práctica del Aikido.